Aquí en Congo la boda del año no fue la del príncipe de Mónaco, sino la de mi cocinero papá Emmanuel que, después de años ahorrando para poder celebrar el enlace, por fin dijo “oui” a la madre de sus siete hijos. A pesar de su inmensa calidad humana y profesional, papa Emmanuel no se casó en un palacio, sino en la iglesia de San Kizito, situada en Kinkagwa, uno de los barrios más humildes de Kinshasa, con el 90% de la población en paro; un lugar muy peligroso, porque es el cobijo de las bandas armadas que últimamente atemorizan a la población. Además, las epidemias de polio y cólera que estamos sufriendo en Kinshasa se han cebado especialmente en este barrio, con más de diez muertos esta semana. La ceremonia empezó con hora y media de retraso porque no había luz, y hubo que ir a buscar un generador que encendió algunas bombillas. Las fotos salen borrosas por la falta de luz, y por el polvo acumulado de la estación seca que flotaba en el ambiente. La ceremonia, que se celebró por el rito zaireño, duró tres horas, que se pasaron enseguida, aunque al final todos los niños acabaron durmiendo como angelitos negros. La novia, ya que se casaba, aprovechó también para bautizarse, tomar la primera comunión y la confirmación. Una gran fiesta que terminó en una sala de bodas, muy elegante, aunque un español lo definiría como un chiringuito de mesas de plástico, con dos bafles que atronaban música congoleña. El menú consistió en un buffet en el que se podían degustar brochetas de pollo, pescado salado y mandioca, con cerveza Primus y coca-cola, y corrió a cargo de las mujeres del barrio que lo trajeron en tres tapers gigantes. En resumen: una boda sencilla, pero que se me antojó muy grande, por la ternura y el amor que papá Emmanuel profesó a su ya mujer, y por el calor humano de los africanos que, con su alegría, sus bailes y su bondad, hicieron que la boda de su Serena Majestad don Alberto de Mónaco y la Princesa Charlene me pareciera –como diría Jesulín- un cutrerío total.
3 comentarios:
Hola, Conchín. No te preocupes si las fotos salen oscuras, puesto que debías luchar contra dos elementos adversos. Por una parte, la falta de luz, y por otra la piel oscura propia de las personas que fotografiabas. Este último problema yo también suelo tenerlo cuando fotografío a los congoleños, luego no es grave. Seguro que, cuando sacas fotos de día todas las personas, salen muy bien.
Como has comparado una boda principesca con otra plebeya, me queda mucha curiosidad por saber cuál de los dos novios dijo el “sí quiero” con máyor convicción. En el caso monegasco, podríamos decir que el fasto, el lujo, el boato y los fuegos artificiales empequeñecen lo fundamental, que es el matrimonio. Ya que tras el ruido de los fuegos no suele quedar nada más que silencio y los oídos ensordecidos. Por el contrario, en la mayoría de bodas a las que he asistido en Kinshasa, la sencillez (y las más de las veces la pobreza) parece que se quedan a un lado para que la pareja se ubique en el centro.
Desgraciadamente, al igual que sucede con las parejas en España, los novios necesitan para casarse medios económicos, lo cual suele ser el principal inconveniente para formalizar las relaciones. Y, además, deben realizar no una, sino tres ceremonias: la “coutumière” (o tradicional), la civil y la religiosa. Y en cada una de ellas los novios se dejan los pocos ahorros que han logrado con muchos años de esfuerzos.
La tradicional es, sin duda, la más importante. Reúne a las dos familias en una ceremonia donde el novio entrega la dote exigida por la familia de la novia, en dinero y objetos. Todos comen y beben y desde ese momento los novios pueden convivir oficialmente juntos. A veces pienso que se trata de algo así como “la compra de la novia”, pero siempre me aseguran que no, y que no debo verlo con prejuicios economicistas, como si de un intercambio de mercancías se tratara. Posiblemente papa Emanuel realizó (¡¡¡a sus años!!!) esta ceremonia hace tiempo, en tanto que las otras dos suelen venir mucho tiempo después, si es que algún día llegan a tener lugar.
Muchas gracias Oscar por tu explicación. Por cierto, que digo "mi" cocinero, no porque sea mío, sino porque le quiero mucho y es un excelente trabajador, y gran persona.
Que buen relato. Con la grandeza de la sencillez y la hermosura de la humildad. Gracias, amiga Conchin.
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